Me fascina.
Me fascina imaginarte en pijama, cocinando lo poco que sabes y demostrando lo
mucho que eres. Tumbado en el sofá, viendo una y otra vez lo mismo. Y, que
conste, que alquilo porque aún no me dejas comprar. Porque aún no te fías de
mí.
Por último.
Por último alquilo el último momento del día. Aquel en el que te debatas entre
las olas de la conciencia y el sueño. Aquel en el que dejes de ser tú y, sin
embargo, seas más auténtico que nunca.
Y no. No sólo quiero alquilar esos momentos, sino que quiero alquilarte a ti.
Pero un alquiler de los que son para siempre. No me hace falta comprarte.
Prefiero que experimentes la apasionada libertad que siempre has deseado
sentir.
Tampoco es necesario que tú me compres a mí. Estaré unos cuantos días en modo
prueba. Podrás usarme, sin compromiso. Podrás comprobar cuánto valgo y si
merezco lo que puedes pagar. Y, si te convenzo, podemos alquilarnos para
siempre.
Y, tranquila. Te repito: no hace falta que me compres. No voy a hipotecarte de
nuevo. No vaya a ser que, otra vez, te desahucien de lo que más quieres:
Tú mismo
Sofía
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